Otra publicación póstuma del pensador italiano Umberto Eco. «La memoria vegetal», nos trae interesantes contenidos que provocan nuevas reflexiones sobre la función del libro en nuestra vida.
Cuando se creó la escritura, el soporte de la misma sugiere que se inventó una memoria mineral, en tanto que se escribía sobre tablillas de arcilla o sobre piedra y que la propia arquitectura en sí misma transmitía mensajes. Con la creación de los libros surgió la memoria vegetal, porque se escribía en papiro, cáñamo, tela y fundamentalmente se usó el papel que se origina en la pulpa de madera. Cabría agregar que los quipus, nuestra forma de escritura del antiguo imperio Inca, empleaban los nudos hechos en cuerdas de algodón (aunque también se usó pelo de camélidos).
Eco recuerda que las escrituras en la antigüedad eran básicamente portadoras de información objetiva. Los libros de hoy —en cambio—estimulan una interpretación del pensamiento de un autor; es decir, provocan una suerte de diálogo entre el que escribió y el que lee la obra.
Esto se emparenta con el hecho de que el libro desplazó a la tradición que se contenía en la memoria de los más viejos de la tribu o del pueblo. Los libros, hoy, «son nuestros ancianos», dice Eco apuntando a que los impresos nos exoneran de forzar nuestra memoria y son repositorios de sabiduría.
Así, el ser humano inició una histórica relación con el libro, que se bifurca entre la relación con el contenido y la relación con el objeto mismo, es decir, con el impreso. Y esa relación puede llegar a ser muy similar a la que se tiene con otro ser humano. O sea, al igual que a una persona, la valoramos, amamos o despreciamos, el libro guarda y provoca reacciones personales.
«Tirar un libro después de haberlo leído es como no desear volver a ver a una persona con la que acabamos de mantener una relación sexual» subraya Eco (1).
Descubrir el contenido de un libro, motiva curiosidad, afán de descubrimiento, voluntad de comprensión. Genera marcas personales, señas, subrayados, anotaciones al margen, conclusiones post lectura, clasificación del contenido, conversación. En suma, se va descubriendo a ese objeto como se descorre las virtudes o defectos del amigo o del ser amado.
Pero, adicionalmente a esa relación con lo que el libro dice, está la relación con lo que ese objeto representa. Esto nos lleva a la bibliofilia (amor por los libros), o a la bibliomanía (afán de posesión de las obras). Un bibliófilo pagaría cualquier millonada por un libro original y único y luego lo expondría y compartiría su deleite con otros. Un bibliómano robaría la obra y la guardaría para sí.
Otros comprarían páginas de un texto antiguo y—sin leer su contenido— lo colgarían como un cuadro en su casa. Algunos más allá de su formato, quemarían la obra por su contenido. Órdenes religiosas, nazis y fanáticos reaccionarios, quemaron libros en el pasado.
Con peculiar agudeza, Umberto Eco, al hablar de los que buscan eliminar el libro y la memoria indica: «Cuando se dan cuenta de que los libros son demasiados e inasequibles, por lo que la memoria vegetal resulta amenazadora, entonces destruyen memorias animales, cerebros, cuerpos humanos. Se empieza siempre por los libros, luego se abren las cámaras de gas».
Así pues, tenemos una relación particular con los libros. Los vemos como objetos, a veces como cosas útiles, otras veces, los atesoramos, valoramos el contenido que nos abre caminos hacia el saber, hacia la reflexión, hacia la realización personal.
Para algunos, el libro es un ser querido que, no obstante que pasa el tiempo y se pone viejo, lo mantenemos ahí cerca, en nuestro librero, porque estamos en deuda con él, porque siempre estará la posibilidad de volver a sus páginas para releerlo. Con la confianza con la que se acude al amigo, a pedirle consejo. Con el mismo respeto con que se habla con nuestro jubilado, con el abuelo que aún puede ilustrarnos acerca del ayer que vivió.
-1.- Eco, Umberto, 2021, La Memoria vegetal; Lumen— Penguin Random House Grupo Editorial, España, pag. 21.
Ahora lo que veo más en mis nietos son sus equipos de internet y poquísimos libros… Por tanto hay una nueva amistad en las nuevas generaciones, que dejan de lado los libros y por ende, pierden interés de aprender, recordar y reflexionar.
Por eso, trato que mis hijos y nietos tengan sus libros y los lean, repasen, atesoren e inviten a los demás a hacer lo mismo.