Los machos alfa y la violencia de nuestros días

Charles Darwin, cuando publicó —hace más de ciento cincuenta años— su libro de investigación sobre la evolución de las especies, nunca imaginó la polémica universal que crearía con sus ideas. Menos aún que sus temas como el origen común de los seres vivos o la teoría de la selección natural, siguieran ampliando horizontes de análisis, como la nueva biología evolutiva.

Hoy muchos detractores de sus escritos tienen que reconocer que él tenía razón, pues nuevas ciencias como la genética lo han demostrado. La polémica sigue en temas religiosos porque algunas creencias se confrontan contra el darwinismo, otras la superan o se adaptan a ella. También subsisten interpretaciones erradas de sus teorías, como la supervivencia del más fuerte, que se tradujo en visiones supremacistas, racismo, o nazismo.

Los científicos más sensatos y solventes, explican hoy que las especies tienden a un cambio adaptativo. No se trata de que siempre es el más fuerte el que prevalece, sino el que mejor se adapta a su entorno. Esto, en muchos casos, significa la capacidad de cooperar y asociarse con otros individuos. O sea, es la relación colaborativa con otros lo que los fortalece y les da una ventaja competitiva.

El desarrollo de capacidades. Hace millones de años que el ser humano se separó de sus hermanos chimpancés porque empezó a desarrollar capacidades; empezó a pensar. La necesidad de sobrevivir lo empujó a crear la cultura, o sea a desarrollar herramientas, costumbres y medios de relacionamiento y creó el lenguaje.

Es decir, no fue solo la capacidad biológica con que vino al mundo lo que posibilitó su éxito como especie, sino su adaptación cultural.  La cultura, a su vez, propició evolución genética y sus mejorares capacidades se prolongaron a sus herederos.

Como señala Pablo Rodríguez 1, no se trata de naturaleza versus crianza, sino de naturaleza y crianza. Porque el hombre desarrolló una conducta cooperativa pudo sobrevivir y, además, tuvo éxito reproductivo. Creó la moral como medio para superar los egoísmos y para fijar las pautas mínimas que permitieran separar el bien del mal.

Lo normal hubiera sido —como en otras especies— que el macho alfa se impusiera mediante dentelladas y combates a muerte. La vida era dura y el que lograba ejercer el poder de su fuerza aseguraba la continuidad de sus genes disfrutando de las mejores hembras.

Domesticar al hombre. Pero la evolución humana ha disminuido drásticamente la violencia.  Así como se vio por conveniente domesticar animales para aprovechar sus recursos (la leche de la vaca, la fuerza del caballo, la compañía del perro), los hombres creamos sociedades donde el interés común hizo que nos domesticáramos nosotros mismos. Se produjo así una selección favoreciendo a los colaboradores y marginando a los individuos violentos.

Subrayemos un aspecto de todo ese proceso: el surgimiento de ciertas emociones. En la medida que funcionaban, se hicieron universales y se integraron a nuestro código genético.  Algunas emociones como el remordimiento y la vergüenza, facilitaron la conducta altruista, por tanto, la convivencia humana. Si no hay una sanción moral, si no se produce una sensación de culpa o de señalamiento del que es antisocial, la convivencia fracasa; ganan los violentos.

Los estudios de las últimas dos décadas señalan que la empatía es esencial en nuestro relacionamiento con los demás. La conciencia empática que aparece pasado el primer año de un bebé, va madurando con su crecimiento hasta que el niño es capaz de reconocer el sufrimiento propio y ajeno, valora el alivio de la culpa y la reciprocidad social. Si me quitas algo, me afecta; si me pegas, me duele. Eso lo reconocemos cuando nos quitan algo o nos pegan, o cuando sentimos, por empatía, los sentimientos del otro.

¿Hacia dónde?  En el Perú, sufrimos el embate de la confrontación política. Pareciera que algunos compatriotas se han saltado esa fase evolutiva donde debían aprender del remordimiento y de la empatía. Tampoco lucen su capacidad adaptativa para colaborar. Carecen de vergüenza y muestran un alejamiento de la identidad colectiva donde —con ajustes— todos podemos adaptarnos y convivir.

Momentos difíciles, sí. Es bueno, entonces, recordar que hay otras emociones y otras escalas en nuestro entorno social. Por ejemplo, el desprendimiento, el perdón, la superioridad moral.

1.- Rodríguez Palenzuela, Pablo, 2022 «¿Cómo entender a los humanos? Las bases biológicas del lenguaje, la cultura, la moral y el estatus» Next Door Publishers, España.

Foto C.Darwin (retocada) tomada de: es.aleteia.org