Clases virtuales: empeño versus aburrimiento

Debido a la pandemia que nos obliga a estar recluidos en casa, muchos centros de formación universitaria han implementado la educación a distancia.  Así, se han desplegado muchas formas de educar mediante recursos virtuales. 

Esto permite subsanar la educación clásica presencial, hoy frustrada.  Pero también abre oportunidades y desafíos.  Más gente quiere aprovechar el tiempo y estaría dispuesta a capacitarse por vías virtuales. Lo que sugiere que la capacitación a distancia recobraría rasgos de buen negocio.  

Esa educación a distancia, no presencial, ¿será una opción pasajera, hasta que pase la pandemia?  O ¿se está generando un nuevo espacio para el desarrollo de la educación alternativa? ¿Todos estamos en las mismas condiciones y posibilidades para acceder a ese tipo de formación? ¿Qué tiene que cambiar en nuestro medio para que sea realmente efectiva? ¿Es una opción más barata que posibilita bajar las tarifas o pensiones de enseñanza?

Permítanme referirme a la formación universitaria.  Desde hace más de un año, muchos docentes tuvimos que reciclarnos.  Después de pasar una acelerada capacitación en plataformas de la propia universidad estuvimos listos para dictar los cursos mediante una plataforma virtual, bastante poderosa y efectiva.  

¿Más fácil, más cómodo el dictado?

Usualmente, en esas plataformas, ya existentes, el profesor tiene la posibilidad de transmitir voz, video, utilizar una pizarra digital, proyectar sus presentaciones, incorporar videos o engancharse a contenidos de la web.  El alumno participa mediante el chat, o levantando simbólicamente la mano, y puede plantear sus inquietudes por voz y vídeo.

Ese cambio ya es bastante esfuerzo por sí solo.  Adicionalmente, otras tareas han pasado a ser tareas digitales del docente.  Así, debe marcar su asistencia y la de los alumnos; hacer seguimiento del uso de los materiales, proveer las calificaciones, comentar los trabajos o propiciar foros didácticos, en las mismas o en otras plataformas de servicio.

  • Un docente con experiencia, no demorará mucho en adaptarse a las plataformas virtuales, puesto que el dictado del curso en sí es algo que no cambia en su esencia: objetivos de formación, didáctica, comprobación del aprendizaje por unidades, evaluación y calificación de lo aprendido. Sin embargo, en estas experiencias el foco debe estar en el estudiante, no en el proceso educativo. Es decir, velar por que entienda y aprenda.
  • Sin embargo, el docente debe hacer un enorme esfuerzo para mantener la atención de los alumnos y debe intuir y consultar constantemente la comprensión de su mensaje.  Al haberse anulado la comunicación no verbal (gestos, miradas, ademanes) es necesario suplirla.
  • Del lado del alumno, está la tentación del aburrimiento.  Las pantallas le significan dinamismo, color, velocidad, búsqueda y logro instantáneo. Los jóvenes están habituados al uso de soportes electrónicos para jugar y trabajar.  Por lo cual la vara le queda muy alta al docente. Para mantener a un alumno involucrado hay que responder a ese desafío de mantener el interés constante, desafiar la inteligencia; probar su comprensión mediante ejercicios, es decir: hacer que participe activamente.

Además, entre los alumnos puede haber inhibición porque no a todos les gusta hablar a una pantalla o escribir sus inquietudes por el chat; claro, tiene la ventaja de que todas las sesiones son grabadas y puede revisarlas a discreción.

¿Cuáles son los desafíos y problemas?

Hay muchos retos que van desde lo tecnológico, psicopedagógico, hasta lo cultural.  Para empezar, no todos los estudiantes tienen acceso a un buen ancho de banda, a una conexión de fibra y no solo de Wifi, amén de las capacidades propias del equipo personal de cada quién.

  • Cuando comenzó el confinamiento y las clases se hicieron virtuales, muchísimos hogares del país, carecían de conectividad.  Hay un 40% a nivel nacional que aún carece de acceso confiable.  Más aún, tener internet en casa era un recurso múltiple, no asociado en exclusiva a la formación a distancia, ni al trabajo, por lo cual en cada casa se plantearon los problemas de horarios, turnos e interrupciones en el uso de la conexión.
  • Además, es común sacrificar recursos pesados como el vídeo de cada participante, o presentaciones complejas, para que una clase típica con una veintena de participantes pueda desarrollarse de modo aceptable. Entonces, sólo el profesor ingresa con imagen. El inconveniente: algunos alumnos “se apagan” y toman distancia de la clase, voluntariamente. Entonces, el docente está “hablando a la pared”, pues nadie le responde, o demoran en dar señales de respuesta.
  • En el fondo, el problema es la motivación.  Hay la motivación propia o natural del estudiante que lo lleva a exigirse, a cumplir, a buscar no sólo la nota sino el conocimiento. Y está también la motivación externa, que es la que el docente debe fomentar y mantener. Y ahí está la clave del desafío: cómo superar las nuevas barreras de comunicación y eficacia.
  • En cuanto al proceso educativo en sí, queda claro que la tecnología por más sofisticada que sea, aún no alcanza para emular el cara a cara.  La comunicación directa implica el soporte del lenguaje no verbal, de los gestos, ademanes, énfasis, maneras.  Esto ayuda a detectar la atención y reacciones del alumnado en el mismo instante: ¿se aburren, entienden, se distraen?, etc.

Además, puede que estar en casa, sin gastar tiempo y dinero en desplazarse físicamente a las aulas, sea un ahorro.  No obstante, muchos hogares están invirtiendo en mejoras; compran servicios de más gigas de acceso; adquieren más de una laptop y los equipos periféricos como audífonos y micros.  Y en plena clase, no son raras las distracciones.  No hay un “puesto de trabajo” y un “puesto educativo”, ni un área de entretenimiento virtual independiente por hogar. Un hogar no está libre de interrupciones, pues alguien cocina, atiende a niños, abre y cierra puertas, y no falta el perrito y el gato.

Un problema poco visible es el choque cultural.  Los docentes (adultos, no millenials) tienen más barreras que los alumnos en el uso intensivo de lo virtual.  Su lógica no es la misma, sus dominios difieren. El joven de hoy no se cuestiona las interacciones virtuales, las asume como normales.  El adulto conscientemente o no, todavía detecta que esa “conversación” a distancia no es real sino una representación de la realidad.  La imagen, la voz, los ademanes, no son de la persona al otro lado de la línea, sino que son representaciones electrónicas que la simulan.

Y se podría navegar más a fondo al señalar que estas experiencias virtuales desmaterializan a las personas y descarnan las interacciones individuales.  Por eso es que algunos nos preguntamos si realmente me relaciono con alguien, con un avatar, o con una representación que representa a una persona o a un grupo. 

En resumen y contestando en breve las preguntas iniciales.  Nos parece que la formación a distancia ha llegado para quedarse.  No será una opción más; será la prioritaria.  Muchas universidades se están reconvirtiendo para enseñar por sistemas no presenciales, con programas sincrónicos o asincrónicos (grabados) lo que está reestructurando sus costos.

Pero los docentes requieren una actualización constante en el uso de tecnologías y recursos digitales. Y se demanda mejores plataformas y mayores capacidades de soporte. Todo lo cual demanda inversión.  No es imposible que se reajusten los costos de la enseñanza, pero esto sería un proceso gradual.

 Foto:Ciper, www.ciperchile.cl

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