Ahora que en el Perú andamos medio convulsionados por la política y el fin de año, hay dos hechos que han pasado demasiado rápido en la escena pública. Uno, la asunción del poder por parte de Dina Boluarte y la denominación de su cargo; y dos, la desaparición de Martha Hildebrandt, la lingüista por antonomasia que puso en valor el habla y los vocablos locales con su obra “Peruanismos”.
Si Martha estuviera a la mano le hubiéramos consultado: ¿Se dice presidente o presidenta? Estoy seguro que ella, con su acostumbrado verbo directo y desenfadado hubiera dicho: «Carajo, todos se inclinan, genuflexos, para que la fémina no se moleste, pero en rigor se dice presidente, porque se trata de un sustantivo que proviene de un participio presente».
Y claro, hubiéramos recordado que el más reciente debate sobre este tema es de unos años atrás, cuando la entonces mandataria argentina Cristina Kirchner, le dijo a un diputado —de mala manera—que se debe usar el modo femenino “presidenta”, ya que de lo contrario era imponer una manera machista del poder.
Todos los que estudian lenguaje y política saben perfectamente que las palabras son un arma poderosa tanto de dominación como de subversión. Y aunque algunos pretenden imponer el género en todas las denominaciones (peruanos y peruanas), la verdad es que fastidiar el discurso es una cantaleta. Lo que a la larga modifica el habla es la costumbre. Lo sabe muy bien la academia de la lengua (RAE).
La polémica sobre esa denominación, con relación a la señora Kirchner quedó zanjada el 22 enero 2020, cuando mediante un post, la RAE dijo que para referirse a una mujer cuando ocupa el cargo más alto del poder ejecutivo era una opción adecuada decir “presidenta”.
Cuando un término personifica la acción, se crean adjetivos de terminación común para masculino y femenino y, luego, sustantivos, recordaba alguna comentarista. Así, al que estudia se le dice estudiante, al que gobierna gobernante, y al que encabeza una mesa o una acción, presidente. De ahí proceden: asistente, cliente, regente, pariente, constituyente, paciente, etc. Se dice comediante no comedianta, porque esos vocablos no distinguen géneros. Y con ironía, la comentarista (refiriéndose a la Kirchner) señalaba «Ella es una mujer estravaganta».
Volviendo a doña Martha, ella hubiera contestado: «Mira, la RAE —como la OEA— es una organización de señorones que sienten mucho su poder, y no dejan de ser tentados y hasta ajochados por la política. Así que han emitido una decisión políticamente correcta, más que el reconocimiento de una lógica o una amplia costumbre».
En su obra “Peruanismos”, doña Martha indica que “ajochar” en el Perú equivale a instar, incitar, instigar, azuzar, espolear, aguijonar; también, hostigar, perseguir. Proviene de «huchar» un galicismo de montería incorporado al castellano en el siglo XVI con el sentido de hacer gritería, lanzar los perros tras la presa, azuzándolos con gritos (1).
Bueno, observamos con tolerancia y expectativa el accionar de la nueva mandataria, la primera presidenta del país. Pero no me ajochen por no poner en mayúsculas su cargo, porque eso no está regulado por la RAE. La denominación con mayúscula, hay que ganársela por los hechos.
- Hildebrandt, Martha, 1969, Peruanismos, pág. 31; Moncloa—Campodónico Editores Asociados, Lima.