A 50 centímetros de Fujimori

Todo el mundo se sorprendió, cuando el candidato Alberto Fujimori quedó en segundo lugar, después de Vargas Llosa, y finalmente ganó la presidencia de la república en las elecciones de segunda vuelta en 1990.   Casi nadie lo conocía.

Tuve la oportunidad de cambiar unas cuantas palabras con él, debido a que asistió a la inauguración de la ampliación de la Concentradora de Cuajone, una de las minas de Southern Peru, en febrero de 1999.  No imaginaba que después de ese hecho habría para mí una fastidiosa consecuencia.

La mina Cuajone, la otra mina de sobre de Southern Peru, se inauguró en 1976 y prácticamente fue la única gran inversión minera en el país durante el gobierno militar.  Esto fue posible gracias a que el Estado y la compañía habían acordado un minucioso y complejo contrato que aseguraba la inversión y el acceso a las divisas para su desarrollo.

Sin embargo, el mecanismo de la recuperación de los fondos invertidos tuvo serias dificultades de aplicación.  Y el Estado y la empresa mantuvieron un conflicto sobre el monto de divisas que debía retornar a la empresa.  Durante el gobierno de Fujimori, el problema que se arrastraba por muchos años e impedía nuevos desarrollos de gran minería, se resolvió.  Y Southern se comprometió a hacer nuevas inversiones mineras, entre ellas la ampliación de la mina Cuajone, así como modernizaciones para reducir su impacto ambiental (1).

Así que, el presidente Fujimori era el invitado de honor en la ceremonia donde se puso en operación una concentradora de mayor capacidad.  El Perú ya era uno de los mayores productores de cobre del mundo.

Aterriza el mandatario

Cuajone está localizada sobre los 3 mil metros de altitud, en las montañas de Moquegua.  Por entonces, el clima era inestable y una niebla muy densa persistía, de modo que la llegada por helicóptero del presidente y algunos de sus ministros estaba en riesgo.

Junto a la concentradora, donde se había habilitado un helipuerto, docenas de invitados esperaban con ciertas dudas.  Pero el piloto del helicóptero hizo un audaz descenso.  Voló bajo las nubes y en la primera área abierta que descubrió aterrizó el aparato: era el campo de golf.  Finalmente, con el arribo de la comitiva oficial, la ceremonia se desarrolló satisfactoriamente.

Después los invitados asistieron a un almuerzo bajo toldos.  En la larga mesa principal, se ubicó al presidente, sus ministros, al presidente de ASARCO, la matriz de Southern Peru, y varios de sus directivos con sus esposas, recién llegados desde USA.  En otras mesas adyacentes, se situó a las autoridades regionales, viceministros, alcaldes de la zona y también a los jefes militares.  Más allá, se ubicaba la prensa.  Estaban los periodistas limeños, el grupo adscrito a Palacio de Gobierno, que habíamos traído en un largo y pesado viaje por avión (nos asignaron un cuatrimotor) y que había aterrizado en Ilo; y estaba un no menor grupo de periodistas locales de la región.

Fueron los periodistas locales quienes se me acercaron, ya que en ese tiempo era el director de Comunicación de la compañía, y me solicitaron pedirle al presidente Fujimori que después del almuerzo les conceda una rueda de prensa.  Para ellos, esa era una gran oportunidad.   Insistieron tanto, que no tuve más remedio que hacer la gestión.

Fui por etapas.  Mientras se servía el postre y el café, y la conversación en la mesa principal se desarrollaba principalmente en inglés, le hablé al presidente de la compañía Chuck Preble. Me dijo que mejor le consultara al mismo presidente.  Previamente, hablé con alguien de seguridad del estado para identificarme y acercarme al mandatario.  Cuando estuve cerca, decidí consultarle al ministro de economía Jorge Camet, sentado a su lado.  Él me atendió, sonrió, se encogió de hombros y me dijo, “pregúntale, tú”.

Fujimori me escuchó, miró hacia la mesa de la prensa y después de pensarlo unos segundos, me dijo que sí, hablaría con la prensa; cuando me daba la vuelta, me llamó y agregó: “Pero todo en orden, ¡en orden, señor!”.

La secuela de la distancia

En efecto, todo transcurrió según lo previsto, y todos retornamos a casa.  La información que se publicó en los medios resaltaba la relevancia de la modernización de las minas de la compañía. Sin embargo, casi una semana después me llegó una carta.

Su tenor era sorprendente, en cierta forma desagradable y frustrante.  Lo consulté con mis jefes, y ellos me dijeron que lo resolviera.  Era una queja formal firmada por el jefe de la base militar de Moquegua.  Decía que, en nombre del jefe de la Región Militar asentada en Arequipa, expresaba su disgusto porque los altos jefes militares no se habían sentado en la misma mesa que el presidente, lo cual les correspondía según los protocolos de jerarquía oficial del Estado. Más o menos.

Me acordaba del general firmante.  Lo había conocido mucho antes en una reunión social en Arequipa.  Al jefe militar de Arequipa, un general muy empoderado, sólo lo había visto en la ceremonia de Cuajone.  Les respondí su carta, señalando que deploraba su incomodidad, pero que debían considerar que se trataba de un almuerzo campestre, en una propiedad privada, donde el ceremonial no era prioritario.

Pasados los años, ambos generales, muy allegados al entonces jefe de inteligencia, Vladimiro Montesinos, fueron procesados y condenados a prisión por actos de corrupción en agravio del país.  Este recuerdo me lleva a concluir que: La cercanía física puede ser circunstancial, pero la proximidad ideológica implica una decisión personal que a veces pasa factura.

 

1.- Preble, Chuck, 2016, Un minero americano en Perú, G7 Editores, Lima.

Foto: (SPCC/Lorenzo Navarro), instantes en que converso con Camet, a medio metro del mandatario.

 

Comments

Pablo Rubianes

Este recuerdo también revive coincidentemente el mío, ya que cuando trabajaba en esos tiempos en SPCC en ILO, pude atender improvisadamente una visita del entonces presidente Fujimori acompañado de sus hijos Keiko y Kenyi, con quienes recorrimos la Fundición guardando las debidas normas de seguridad, especialmente con el hijo menor a quien me encargó directamente su padre, por ser un niño muy inquieto.
Con el entonces Gerente Erick Ivey pudimos hacerles una grata visita y logramos también al finalizar la misma, llevar a cabo una reunión en la oficina gerencial, con los periodistas del Puerto de ILO ya que se habían percatado del atarrizaje del avión presidencial por lo que acudieron a entrevistarlo.
Todo salió como si hubiésemos atendido una visita programada.