Tres minutos con François Mitterrand

La década de los ochenta en Europa estuvo marcada por cambios inusuales en la política.  Uno de estos cambios fue la llegada al poder de un gobierno de orientación socialista en Francia, liderado por el trejo François Mitterrand.

En 1978 era estudiante de un postgrado en España, y mi promoción, al concluir los estudios, realizó un tour por algunos países centroeuropeos.  Llegamos a París cuando arrancaba el verano.  Por un par de días me aparté del tour, ya que tenía una agenda periodística que cumplir, generosamente pauteada por el periodista venezolano German Hauser.

Germán estaba exilado; el gobierno de C.A. Pérez lo había declarado no grato, y sobrevivía en París a base de corresponsalías.  Entre otras actividades, me había concertado una visita a la sede del partido socialista, que por entonces era la agrupación mayoritaria y que se disponía a renovar su rol en la política francesa. 

Mitterrand había perdido las elecciones cuatro años antes.  Pero en ese entonces había elecciones legislativas, y se planeaban las candidaturas para 1981, en las que el líder del socialismo volvería a competir.

Si mal no recuerdo su sede estaba en una plaza.  Sus ambientes estaban atestados de gente que iba y venía.  Se respiraba una actividad febril, entusiasta.  Ni bien llegamos, Germán hizo indagaciones y me informó que debíamos esperar.  Mitterrand llegaría en unos minutos.  

Por esas cosas del destino, años atrás había estudiado el idioma francés (tres ciclos) en la Alianza Francesa y, para mi sorpresa, la necesidad hizo que -de pronto- en esos días recordara lo suficiente como para comunicarme y movilizarme por mi cuenta.  Pero obviamente, necesitaba a Germán para que tradujera una conversación periodística.

¿Ah?, ¡Pérou! – Llegó Mitterrand.  Venía con un paso tranquilo, solvente: estaba en su ambiente.  Varios dirigentes y ciudadanos lo saludaban, hasta que lo bloqueamos y le planteamos una conversación. Mediana estatura, algo barrigón, con gestos bonachones y una mirada filosa.

Le hablamos de que queríamos una conversación para el diario La Crónica de Perú.  ¿Ah?, ¡Pérou!, dijo y nos escudriñó por unos segundos.  Por unos instantes, se quedó pensativo, quizá avivaba algún recuerdo sobre nuestro país o Latinoamérica, mientras Germán le argumentaba lo importante que sería contar con su visión sobre el futuro del socialismo francés.

Se disculpó, dijo que tenía una reunión con dirigentes.  Le mencioné que las fuerzas de izquierda habían ganado espacios en Perú, especialmente  debido al régimen militar que nos gobernaba.  Asintió varias veces.  Luego, volvió a disculparse y se quedó en silencio.  En esos instantes parecía fracasada nuestra misión; respiró hondo, y nos indicó que podríamos hablar con Lionel Jospin, por entonces secretario de asuntos internacionales, y quien después no sólo sería secretario general del partido sino ministro de estado, y candidato presidencial.

Le entendí que Jospin era la mejor fuente para nuestra solicitud.  Llamó a alguien y le indicó que nos condujera a su despacho.  Sonrió con una expresión de querer decir algo más pero automáticamente se frenó por economía de esfuerzo.  Un “ya me entiendes”.  Le di la mano mientras Germán usaba mi cámara viajera Voigtlander, modelo Vitoret para tomarnos una foto que salió movida y oscura.

La conversación con Jospin fluyó sin problemas.  Era blancón, de pelo ondulado y que prometía ser canoso.  Defendió la estrategia de su partido, criticado por algunos por acercarse más al centro, y sostuvo que su foco era la gente, los cambios que permitieran a los ciudadanos, vivir mejor.

Pese al marcado escepticismo de las fuerzas de derecha sobre sus posibilidades, él reafirmó que llegarían al poder en las siguientes elecciones.  Ese fue el titular que coloqué a mi nota, que días después publicó el diario La Crónica en Lima: “El socialismo llegará al poder”.

En abril de 1981, François Mitterrand fue elegido presidente de la república francesa El empresariado, los inversionistas y la derecha europea, reaccionaron con pesimismo.  La cotización de la bolsa cayó y muchos empacaron sus maletas para irse de Francia.  El mundo, con Reagan en USA y la Thatcher en UK, parecía vaticinar una tendencia global conservadora, pero el triunfo de Mitterrand, la detuvo en seco. 

Mitterrand, había heredado una situación económica difícil de la administración de Giscard.  Creciente inflación, salarios bajos, reclamos sindicales, un millón de desempleados.  Desplazamiento del capital nativo por el capital trasnacional y concentración de poder económico.  

Su programa de gobierno incluía nacionalizar bancos y controlar las inversiones; pero esencialmente procuró mejorar las condiciones del empleo, la jubilación, y la sanidad.  No sólo respetó las formas democráticas y las instituciones sino que fue reelegido y condujo a su nación por 14 años.