La propaganda electoral en el Perú: cosas que pasan, cosas que no cambian

Hace unos días revisé un ejemplar de “Manejos de la Propaganda Política”, el primer libro que publiqué, siendo un periodista apenas veinteañero.  Era enero de 1981.  Se han cumplido, pues, 40 años desde que investigué el tema y me atreví a descuartizar las campañas electorales del primer proceso electoral después del gobierno militar.

Aplicando una metodología tediosa y detallista sobre las campañas de prensa y televisión; innovando en herramientas conceptuales para establecer categorías de ese análisis, la publicación fue todo un parto.  Lo interesante es que en su Introducción decía:

“Aquí se hallarán elementos de juicio para analizar experiencias de propaganda política hechas o por hacerse; se recordarán ideas, promesas y verdades que se dijeron entonces (en 1981), y se podrá comparar las plataformas electorales y electoreras con las conductas de los grupos políticos que hoy ejercen el poder o legislan en el Perú”.  Añadía que “cuando la desmemoria es usual en un país en vías de desarrollo, resulta importante recordar, comparar y debatir” acerca de los resortes que permiten encumbrar ciertas ideas o personajes políticos.

Y en efecto, es curioso revisar esa edición añeja, algo amarillenta, que sin embargo mantiene algunas conclusiones incólumes.  Recordemos, en esa oportunidad, triunfó Acción Popular (AP) con su líder Fernando Belaúnde (45% de los votos válidos), asegurándose mayoría parlamentaria en Diputados y una mayoría relativa en Senadores.  Le siguió el APRA, con A. Villanueva (27.4%), luego del PPC (9.5%) y el resto fue un conjunto de participaciones de partidos de izquierda.

¿Por qué ganó Belaúnde? Claramente, más que un triunfo de AP fue la victoria de un hombre: Fernando Belaúnde (FBT).  Y también fue el fracaso de una maquinaria partidaria, la del APRA, cuyo candidato (Armando Villanueva) artificialmente aburguesado, estaba lejos de llenar el vacío de un Haya de la Torre.

Concluía entonces que, los votantes adhirieron su confianza no al programa político de AP, ni cedieron al activismo de su partido, no.  Optaron por el carisma, el caudillismo y el significado personal de ese líder que regresaba del exilio.  FBT, por entonces, encarnaba el modelo de un presidente republicano, plutócrata, civil, capaz de alzarse como un mito paternal, con la banda bicolor cruzada sobre el (hidalgo) pecho.  Vino a satisfacer la ansiedad de millones de peruanos ávidos de libertades democráticas, que asomaban como promesas de oportunidades y de desarrollo económico.

Su propaganda explotó hábilmente a la persona: FBT era la honestidad que se oponía a la inmoralidad de los gobernantes; era la serenidad frente al apasionamiento que empujó cambios radicales en pro de la justicia social en la década precedente; representaba la experiencia frente a la improvisación; y encarnaba el rechazo, tanto a los uniformes como al actuar violento en la política, con que fue satanizado el aprismo.

Su campaña aprovechó los yerros de la comunicación adversaria y navegó como buque solitario en el amplio mar. Belaúnde no salió a discutir su plataforma política, jamás.  No debatió nada de su programa de gobierno, ni a oponerse a ideologías.  Se cuidó de llevar a sus rivales a su propio terreno: el blando y ampuloso terreno de la exposición doctrinaria, de la promesa acaramelada, del recuento de obras, y del conocimiento empírico de lo mucho por hacer en cada zona del territorio.

Era un señor, premeditadamente ausente del debate, de las pullas, que jugó sus cartas con iniciativa y soltura.  Era un patriarca que (nos hacía el favor) de regresar del exilio, como una luz que había permanecido injustamente opacada.  Volvía para reconstruir todo lo que había dejado trunco.  Un lema de su campaña era “reposición, como compensación”. Nuestro pueblo, desmemoriado y conformista, sensiblero y comodón, prefería así, a alguien que le ahorrará el esfuerzo de pensar en sus problemas, pues para eso estaba ese casi soberano “señor Presidente”.

El APRA cometió muchos errores: atacó frontal y personalmente a FBT; permitió que se le asociara con la violencia (militantes violentistas, los “búfalos” acosaron a A. Towsend y golpearon a Luis Alberto Sánchez). De hecho, su lema, desatinado, rezaba: “Armando tiene fuerza para salvar al Perú”.  Se equivocó al fabricar un Armando Villanueva artificial, poco auténtico.  Su campaña optó demasiado por el mercado de electores, proponiendo un líder con factura de estadista republicano, y perdió la materia prima natural del candidato: la imagen del luchador, del perseverante por una causa.

Las curiosidades de la campaña.  En una parte de esa investigación denominamos “signos exteriores de la propaganda” al conjunto de acciones que evidenciaron criterios que concuasaban con la ideología y clase social de los partidos.

Veamos.  Sólo al PPC, por entonces ligado a sectores pudientes de la Capital, pudo ocurrírsele promover una caravana bullanguera de vehículos; y también una manifestación miraflorina encabezada por chicas en shorts y que rodaban sobre patines, “al más puro estilo roller boggie”.  Para captar a los propietarios de vehículos, sean de particulares o de taxistas, a AP se le ocurrió regalar calcomanías con el lema “Yo amo (un corazón) AP”.

Sólo a Genaro Ledesma, del grupo izquierdista FOCEP, podría ocurrírsele motivar una cabalgata trasandina de montoneros a caballo, desde Cerro de Pasco a la ciudad Capital.  Quizá pretendía reverdecer las luchas campesinas del pasado.  Al UNIR, vinculado a sectores populares, le resultaba natural una demostración de fuerza a través del desfile de antorchas, hechas de caña, velas y papel de colores.  Mientras a los puneños del Frenatraca, para darse un baño de multitud empleando algo de la modernidad, se les ocurrió repartir en Lima millares de chullos desde una avioneta.

Con la mirada en el retrovisor, obviamente hay grandes diferencias y algunas constantes en el manejo de las campañas electorales, en el Perú de hoy.  Para empezar, hace cuatro décadas existían partidos políticos, y era fácilmente reconocible su ideología y propuestas.  Las campañas comenzaron a ser guiadas por una estrategia política y de comunicación electoral, y no usaban tanto la data de las encuestas reales o truchas.  Pero fue el comienzo de la sustitución de la propaganda y la campaña territorial por la publicidad electoral.

En ese entonces, el Estado proporcionaba espacios libres para las campañas, y aunque hubo oportunidades en que la televisión se saturaba de personajes y alocuciones aburridas, también se informaba de los compromisos de gestión en un posible gobierno.  Mal que bien, los partidos filtraban a sus candidatos y se responsabilizan por ellos, pues había una aspiración legítima de hacer carrera política.  Hoy, los partidos son fachadas de intereses que se alquilan con el único fin de llegar al poder para servir intereses particulares.

Lo que no ha cambiado es que seguimos siendo un país ”quién” .  Optamos por ver la cara de los candidatos, por “quién” se haría cargo de nuestros problemas, en lugar de focalizar lo “que” hay que hacer, qué ideología sustenta el accionar, y el “cómo” hacer para lograr los cambios.

Carátula del Libro, 1981.

FOTO: Revista Oiga N|89, octubre de 1979. “Búfalos” de la facción de A. Towsend protegiendo el desplazamiento de su líder; tomada de ¿El principio del fin?, La campaña presidencial del PAP, 1980, Roncal Félix y otros, UPVR, 1980.