El pasado lunes 4 de octubre, será recordado como el día en que se confirmó —nuevamente—el riesgo global que atraviesa la humanidad, pues debido al poder de los grandes consorcios digitales nos movemos entre la dictadura digital y el apagón digital.
WhatsApp, la aplicación de mensajes, Facebook, la plataforma de vínculos sociales e Instagran, la red de aficiones y ocio, se cayeron durante seis horas. Millones de usuarios de esas redes en todo el mundo se vieron afectados por esa crisis operativa del conglomerado de Marck Zuckerberg. Más allá del ocio, del entretenimiento, contactos y transacciones de negocios se vieron impactados.
Aunque los directivos de esas redes, incluyendo al propio Zuckerberg reaccionaron al poco tiempo comunicando y lamentando los hechos, eso no tapa la extrema vulnerabilidad que mantienen todas las redes del mundo. Incluso algunas no afectadas por el problema técnico de los servidores de esas redes, también sintieron el golpe por la sobrecarga derivada de tráfico, como la aplicación Telegram. Y Lo curioso es que Zuckerberg, tuvo que usar Twitter para mantenerse en contacto con su público.
La compañía dijo que el fallo se debió a que hubo problemas durante un cambio de configuración de sus sistemas. Los oportunos de Anonimous insinuaron que hackearon sus redes. Otros resaltaron la coincidencia con la purga que viene efectuando Facebook después de que se filtraran informes internos que constatan el impacto nocivo de Instagram en adolescentes. Quizá es de todo un poco.
Dictaduras digitales
Sabemos que demandamos servicios más complejos para satisfacer viejas y nuevas necesidades; lo que implica más componentes de seguridad y mayor investigación de recursos, soportes y materiales. Pero eso también supone mayor complejidad, interrelación de partes y conocimiento en extremo parcelado o especializado.
Como señalé en mi reciente libro (La Crisis en escena, 2021: Amazon.com) es indiscutible la utilidad y omnipresencia de la internet. «Casi toda la inventiva humana, la provisión de bienes y servicios y las transacciones comerciales de empresas y consumidores pasan por sus redes. Y todo parece un mundo abierto a cualquier contacto, apoyado en estructuras de diseño también abierto».
«No obstante, la humanidad se ha vuelto en extremo dependiente de los tendidos en línea y pocos hacen conciencia sobre sus límites y su finitud. Por ejemplo, la necesidad de contar con teléfonos, tabletas y otros dispositivos nos ha llevado a demandar cada vez más ancho de banda. Y eso entraña dos riesgos, por un lado, el límite natural del espectro, y por otro, que eso se concentre en un dominio particular».
«A diferencia de anteriores experiencias de los imperios de la información, esta vez, si todo está soportado por una sola red, el potencial de control es mucho mayor. Prender o apagar ese recurso podría estar bajo un solo interruptor principal (Wu, Tim, 2016; 411). De hecho, algunas voces señalan un riesgo global mayúsculo: el control de las infraestructuras de macrodatos. Una élite podría tener el poder absoluto sobre lo que los individuos piensan y sienten y cómo eso se expresa en las redes electrónicas, lo que propiciaría dictaduras digitales (Harari, Y. N. 2018; 22)».
El beneficio versus la “aparente gratuidad” de las cuentas
Nuestras necesidades modernas de interacción social, ocio, negocios o simplemente figuración personal, nos conducen a emplear todas esas redes y plataformas electrónicas. Muy poca gente lee las condiciones de uso de las mismas. Pero, en verdad, el bienestar y servicio que cumplen con una aparente gratuidad, encierra también ciertos rasgos de dictaduras digitales que comienzan a manifestarse de modo ostensible, y que nos cuestan más de lo que creemos.
¿Recuerdan que Facebook fue acusada de permitir que los datos de 80 millones de sus usuarios fueran empleados de modo ilegítimo en campañas políticas en Inglaterra y en la USA? ¿Es usted consciente de que todos los mensajes no deseados y las ofertas comerciales perturbadoras que le llegan a sus cuentas, obedecen a que usted no rechazó el uso comercial de sus datos personales? ¿Reconoce acaso que muchos escándalos sobre artistas, políticos o personas con alguna visibilidad, merecen por lo menos la duda sobre su veracidad?
Cada uno de nosotros los usuarios pagamos a esas redes en tiempo, en dependencia, y en volumen masivo. Dedicamos tiempo para actualizar las condiciones de uso y las actualizaciones que parchan el servicio; si queremos mejorarlo, tenemos que pagar por servicios de “up grade” o “premium”. Sin que nos demos cuenta, somos parte del volumen que le sirve a esas plataformas para vender datos personales de nuestras cuentas o anuncios publicitarios lucrativos.
Pagamos por usar terminales (smartphones) cada vez más novedosos que no serían nada sin la infraestructura digital. Los operadores de telecom, nos cobran por el acceso a internet y a servicios sobre las redes que se encarecen porque las aplicaciones exigen cada vez más ancho de banda, más velocidad, más capacidad de transporte. En verdad sí pagamos indirectamente esos servicios que en apariencia no nos cuestan.
Se cayeron las aplicaciones, nos frustramos. Tuvimos un mal día porque muchos mensajes no llegaron a destino. ¿Y ahora? ¿A quién nos quejamos por el perjuicio? A nadie. Los dictadores nunca oyen.
Foto: Gettyimages
Referencias:
HARARI, Yuval Noah 2018, 21 Lecciones para el siglo XXI. Lima, Perú. Impreso en Perú. Penguin Random House Grupo Editorial, S. A.
OVIEDO V., Carlos, 2021, La crisis en escena, cómo entender, gestionar y prevenir la crisis en las organizaciones, Maskay, Lima/ Amazon.com
WU, Tim 2016 El interruptor principal, auge y caída de los imperios de la información. Impreso en México, editado por Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México.