La pandemia, la madre de todas las crisis

Atravesamos una crisis planetaria con la pandemia del COVID-19.  Técnicamente es una mega crisis, en la que todos los países, gobiernos y autoridades políticas y sanitarias del mundo están comprometidos. Política y socialmente, es la madre de todas las crisis.

Para aportar algo de lógica, pretendemos señalar aquí que esa mega crisis se comporta siguiendo los rasgos y procesos que toda crisis organizacional sufre en la escena pública. Sólo que potenciada a su máxima expresión.

Veamos. La mayoría de los expertos en crisis indican que esas situaciones excepcionales que suelen tumbar a las empresas e instituciones, tienen ciertos rasgos que las caracterizan:

1.- La crisis es una situación repentina, fuera de control que genera ansiedad y sentido de urgencia ante la amenaza de un daño mayor. La rara enfermedad se desbordó en Wuhan, en el último trimestre de 2019, y cuando no se podía acallar la información, el gobierno chino tuvo que anunciarla al mundo el 31 de diciembre de ese año. Empezó así el año 2020, con un mal que circulaba rápidamente y forzaba a tomar medidas sanitarias extremas.

2.- Genera fuertes corrientes de opinión pública porque afecta valores sociales y pone en riesgo la estabilidad o existencia de organizaciones y sistemas establecidos. De hecho, la pandemia involucraba motivaciones esenciales de la gente, como la salud y la vida, la existencia misma de la humanidad, lo que generó profundas preocupaciones, en todas partes. 

Ante el riesgo, se demandaba más información, mayor explicación del fenómeno, fuentes confiables.  Muy pronto, nos dimos cuenta que esa crisis ponía en jaque no sólo la salud sino el empleo, la generación de ingresos, la estabilidad familiar, la normalidad, la ruptura con la realidad existente.

No solo era el temor a un riesgo que parecía acercarse cada vez más al espacio propio, sino que era un enemigo invisible.  Era una angustia que se traducía en acciones desmesuradas de compra de mascarillas, papel higiénico, desinfectantes, alimentos, entre otros, porque se anticipaba una cuarentena sin plazo cierto. Por tanto, como en toda crisis, se originó un fuerte impacto emocional.

3.- Demanda decisiones urgentes, escala rápidamente, presionando la intervención de autoridades y personas competentes para preservar el interés colectivo.  Por ello, implicó desde el inicio una cobertura mediática global y sostenida; hasta hoy viene demandando un comportamiento visible de todas las autoridades y líderes en procura de alcanzar las elevadísimas expectativas de la gente. El seguimiento de las decisiones y de los impactos es meticuloso.  Y todos nos prodigamos en el afán de calificar el comportamiento de los unos y los otros, de reconocer héroes y villanos.

4.- Involucra crecientemente a más actores y fuerza la toma de posiciones mediante debates y regulaciones. Sin exagerar, todas las familias del mundo se han implicado; todas las colectividades han buscado comprender y controlar los efectos del problema. Más allá de autoridades, la primera línea de resistencia asumió tareas titánicas: médicos, enfermeras, policías, científicos, infectólogos, rescatistas, entre otros. Igualmente, muchísimos actores antes silenciosos e irrelevantes pasaron a ser protagonistas.

La información recobró valía como insumo vital de la cotidianeidad, y la naturaleza humana rescató su resiliencia y las fortalezas del afecto y la creatividad.  Como en toda crisis, la ansiedad por ver la luz al final del túnel, causó desesperación, angustia.  Pero también revaloró el bien común y entronizó la esperanza.

5.- Dado el impacto en las emociones y expectativas públicas, se propicia que el tema sea politizado o utilizado como pretexto para encadenar temas e intereses particulares. La pandemia alteró el día a día de los afectados, proveyó abundante información y polémicas, que se movieron entre el consejo casero y los informes técnico-científicos.

Sin embargo, hubo también expresiones llamativas y tendenciosas, tanto de ignorantes como de irresponsables que levantaron numerosas teorías de la conspiración.  La emergencia sanitaria puso en vitrina las carencias sociales y las bajezas de la conducta social y política, afectó el equilibrio psicológico de la vida en comunidad. 

El encierro o aislamiento social dispuesto por las autoridades no dejaba de ser una pérdida de libertad que tocaba la claustrofobia. Aun hoy no se puede ser optimista.  Muchos estaban aplastados por la común preocupación, otros parecían deprimidos, lo cual se contagiaba a la marcha de la política y de la economía.  Con el tiempo, la gente halló cómo expresar su resiliencia, y su fortaleza ante el mal.

6.- El proceso crítico se orienta en busca de una salida social para restablecer el orden, la continuidad. Toda crisis es un fenómeno de opinión pública; si es una mega crisis, golpea a toda la sociedad en su conjunto y altera la relación de equilibrio entre el orden y el desorden; entre la marcha hacia el bienestar y los baches que la detienen.  La megacrisis entraña y origina nuevas crisis.  Aún en el supuesto que se resolviera la emergencia sanitaria, quedarían aún sus secuelas en los campos de la administración pública, las responsabilidades penales, los procesos por infracciones, la caída en la producción económica, el desempleo, los impactos sociales, la depresión, etc.

La madre de todas las crisis, al ser de dimensión global, no tiene responsables claros, una evolución transparente, ni una solución única y valedera para el conjunto.  Exige, sí, una salida social, que implica resolver la emergencia sanitaria, detener los contagios, mejorar con urgencia las capacidades de atención, uniformizar la aplicación de vacunas, y restablecer la confianza en nuestra propia humanidad.

Esto último implicará mucha explicación y evidencias, antes de otorgar la plena confianza a la ciencia, a las farmacéuticas, a los gobiernos de turno, al gasto público, a los políticos, y a la economía global.  Ojalá fuera posible que todas las autoridades y quienes detentaron responsabilidades, fueran capaces de hacer desagravios públicos, y como en la cultura japonesa, salvar su honor mediante el pedido de perdón, el paso al costado y el prudente silencio.  Ni siquiera se les pide la autoinmolación, el haraquiri.

Otro aspecto de las crisis es que después de su “cierre” nada es igual, por más que lo parezca.  En la humanidad, ya no existirá la “normalidad”.  De otro lado, la pandemia nos enseña que el quiebre del orden concebido, tanto de una organización como, por extensión, de un conjunto de instituciones sociales, o de toda la humanidad, es un fenómeno posible y cercano.

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