En todo tiempo convivimos con grupos, clases, y poblaciones, que son nuestros referentes por afinidad o por contraste. Esa otredad impacta y moldea nuestra propia identidad, lo aceptemos o no.
Según las teorías evolucionistas, en el fondo somos seres que competimos constantemente y marcamos diferencias. Así, nuestras relaciones de pareja, familiares o corporativas, no están exentas de tensiones, disputas, y conflictos por choque de intereses. Y de todas esas tensiones, algo aprendemos. Pareciera que en nuestra evolución humana hemos asimilado genéticamente lo que nos daba resultado.
Pero nuestras facultades en general están más adaptadas a la supervivencia individual, que a la convivencia social en ambientes modernos donde se imponen tecnologías e instituciones (1). Pensemos en cómo los teléfonos móviles han llegado casi hasta los últimos confines del país. Pero las plataformas digitales han procreado servicios como Uber, AirBNB, Waze, Rapid, etc., que conectan con las necesidades de las personas, simplificando la vida, y complicándola para otros (como taxis formales, hoteles, mensajerías).
Las diferencias no solo levantan barreras. También incentivan emular la vida de alguien más. Eso explica el desplazamiento de miles de migrantes que buscan un mejor destino. Y el contacto múltiple con la otredad que crea nuevas culturas salpicadas. Los territorios ceden sus límites. Gente de otros rasgos, otras etnias, de pronto se avecinan.
Por ahí están, además, los desajustes interculturales de minorías incapaces de adaptarse a un idioma, unas costumbres o un futuro ajenos. Lo que contribuye a sembrar conflictos sociales y activismo radical. No tenemos que irnos hasta Europa para ver la desadaptación de los migrantes de países pobres o aplastados por dictaduras. Basta mirar los suburbios alrededor de Lima, con migrantes propios y externos, como los venezolanos, así como el surgimiento de mayor informalidad y expresiones de agresividad social.
Pero, hay otra silenciosa migración esencialmente ideológica y cultural a través de los recursos electrónicos. Es así que se crean realidades mixtas, culturas percoladas, cambios en el consumo y dudas existenciales. Por ejemplo, la vida dual de miles de jóvenes indios que durante su horario de trabajo “viven” el mundo occidental atendiendo los Call Center. O la vida virtual de aquellos jóvenes que, estando dedicados a unas pantallas, navegan, juegan, compiten, crean y generan sus ingresos sin salir de la habitación.
Los otros siempre han estado ahí. Porque toda sociedad comienza con la presencia del otro. Solo que la interrelación global, hace que los otros se hagan patentes; su presencia e influencia ahora viajan a la velocidad de la luz y su mirada pesada afecta nuestra actitud.
Quizá por ello, y desde mediados del siglo XX la filosofía francesa dio un giro a la reflexión filosófica al elaborar sobre la mirada de los otros (2). La antigua actitud introspectiva, se diría ególatra y autosuficiente de la racionalidad, cedió a la necesidad de reconocer la inevitable alteridad de nuestras vidas. Si antes se reflexionaba sobre el yo, ahora urge pensar más sobre el nosotros.
Dentro de las teorizaciones actuales, la filosofía nos recuerda que, el nosotros, antecede al yo porque las instituciones como el lenguaje o la política, preexisten a los individuos. Resulta así que no es el individuo el que adquiere el lenguaje, sino que es el lenguaje el que captura al individuo. Y, además, buena parte de nuestra vida social es una pugna o reajuste constante por estar dentro de un colectivo, de un nosotros, que tiene a su vez parte de inclusión y de exclusión. No sin gracia, se dice que hasta los enemigos son propios porque son “nuestros” enemigos (3).
Desde otra perspectiva, vivimos una civilización de la empatía, que nos invita a ponernos en el lugar del otro. Ya desde el siglo XV el hombre había vuelto la mirada sobre sí mismo y dependió mucho menos de lo externo a él, sean los fenómenos naturales, sobrenaturales, o los dioses de ficción.
Con el siglo XX el hombre ya exploraba a fondo su propia individualidad, descubriendo los fenómenos de su psiquis y la naturaleza de sus pensamientos y sentimientos. Estamos forzados y complacidos, a la vez, de proyectarnos hacia los demás, porque la aventura humana nos conduce a una interrelación planetaria, donde somos parte de comunidades más amplias que exigen mayor disposición para el relacionamiento constante e intensivo.
Y eso nos ha llevado a disponer de tecnologías al servicio del individuo por las que éste ha obtenido mayor poder. Nunca antes se habían doblegado tan suavemente las barreras del tiempo y del espacio. Todo nos es accesible. Y el individuo ha dejado de ser receptor o destinatario y se ha convertido en emisor y creador de contenidos. Para preocupación de las organizaciones, el otro ha dejado de ser masa o mercado y se ha convertido en protagonista y en persona.
Para desafiar a los políticos, casi en todas partes los ciudadanos, se saben con derechos (y obligaciones). Y por doquier el quiebre de pensamientos centralizadores, instituciones rígidas y cotos cerrados, cede el paso a las voces propias, al ojo público, al desborde de las expresiones caseras.
Se deduce que, si las organizaciones no incluyen al otro, el otro las incluirá en su percepción. Pero nada garantiza que eso sea un trance amigable y pasajero. Para finalizar con un toque de actualidad: los que veían a la distancia la política, ahora se dan cuenta que hay que interesarse en la política, porque ella se ocupará de nosotros, nos guste o no.
II).- Estos comentarios están basados en un libro que estoy por publicar relativo a las crisis en las organizaciones.
- Pinker, Steven, 2017, En defensa de la Ilustración, PAIDOS, Ed. Planeta, Colombia, pág.
- Giusti Miguel (editor), 2015; La Mirada de los otros. Diálogos con la filosofía francesa contemporánea, Fondo Editorial PUCP, Lima, págs. 12, 13.
- Chaparro, Adolfo, et al, 2016, ¿Quiénes somos nosotros? O cómo hablar en primera persona del plural; Fondo Editorial PUCP y otros, Lima.
Foto: ACNUR.