Abreviaturas del terror y etiquetas de crisis: S-11, 12 de Setiembre.

El sábado 11 de setiembre se cumplieron 20 años del aciago atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York; y el domingo 12, fue el aniversario de la captura del líder genocida de Sendero, Abimael Guzmán, fallecido la víspera.

Esto motiva una reflexión sobre el significado de abreviaturas y etiquetas de las conmociones sociales. ¿Por qué S-11? ¿Recuerda por qué el número de presidiario que llevaba en su pecho Abimael Guzmán era el 1509?

Con su sentido práctico, los norteamericanos —y también los europeos—simplifican la memoria de hechos relevantes con abreviaturas como S11 (September11).  Y en la prensa se suele atribuir etiquetas, especialmente a las crisis políticas y empresariales, como Watergate, o Pizzagate.

Sin embargo, no se trata sólo de un recurso para recordar.  Muchos apelativos que llevan el sufijo gate en inglés han jalonado de escándalos la prensa mundial. Como se recuerda, durante la administración del presidente norteamericano Richard Nixon se produjo el robo de documentos de sus oponentes políticos, lo que se filtró a la prensa y llevó después —en 1974— a su dimisión al cargo. Fue el caso Watergate.

En el 2016, la campaña presidencial de Hillary Clinton fue muy golpeada debido a acusaciones sobre una supuesta red de pedofilia que se vincularía a esa candidata demócrata. El escándalo Pizzagate fue tan ingenuamente creído, que hubo manifestaciones en el frontis de la pizzería Comet Pingpong (Washington D. C.), donde se supone funcionaba la red, y hasta un vengador armado penetró en el local buscando el sótano, que no existía, para darse con la sorpresa de que nada era cierto.

Etiquetas

Una “etiqueta” sobre un asunto público importante, es una forma de aludir a ella en la cobertura noticiosa, con simplicidad.  Pero la aparente simplicidad con que se denomina un caso en la prensa casi siempre responde a intereses de parte. Alguien trata de magnificar o desviar el foco de los hechos, o de crear el sensacionalismo efectista.

Veamos un par de ejemplos (1) para ilustrarlo, relacionados ambos con la política de los Estados Unidos de Norteamérica.  Después del atentado del 11 de septiembre de 2001, contra el World Trade Center, el Gobierno del presidente George W. Bush se empeñó en denominar su campaña reactiva como una guerra contra el terror o una guerra contra el mal.

Técnicamente la campaña no calificaba como guerra porque no había ejércitos enemigos ni campos de batalla específicos. Había una razón política para ello. La administración Bush necesitaba la aprobación del Congreso para disponer de presupuestos e ingentes recursos militares (en condiciones de guerra), y su imagen (criticada por su pasividad y tardío interés en reaccionar ante los graves hechos) precisaba de una legitimación pública. Si su campaña era contra el mal, obviamente Bush encarnaba al bien.

Y más recientemente: en el 2020, el presidente estadunidense Donald Trump, en sus intervenciones (conferencias y mensajes por RRSS) sobre la pandemia mundial, insistía en mencionarla como el virus chino.

No empleaba el nombre del virus que provocaba la enfermedad, coronavirus, ni tampoco la denominación técnica recomendada por los organismos de la salud, COVID-19. Al ser preguntado por qué empleaba esa calificación que sonaba xenofóbica y afectaba a los asiático-americanos, dijo que no era racista y que solo pretendía ser exacto porque el mal procedía de China

Obviamente, esa actitud parecía un intento para desviar la culpa de su Gobierno por la desatención de la salud pública, y ayudaba a enfocar la responsabilidad de la megacrisis en el país de origen, China, consolidando un recelo hacia todo lo que provenía de esa potencia rival. Al penalizarla socialmente, facilitaba la aceptación de las restricciones diversas que su Gobierno después le impuso.

Así, pues, se debe prestar atención a las primeras noticias que posicionan una abreviatura o una etiqueta sobre el asunto en la corriente de opinión pública. Las etiquetas mediáticas esconden metáforas para provocar la reacción de la gente ante el abuso, el racismo, la irresponsabilidad o la preocupación por el bien común.

Una discreta proclamación

Cuando Abimael Guzmán fue presentado a la prensa internacional el 24 de setiembre de 1992, apareció dentro de una jaula, con un uniforme de presidiario, a rayas, y con el número 1509 en su pecho.

Días antes, el 12 de setiembre, el líder terrorista y diez de sus hombres cayeron en una casita de Surquillo.  En aquellos instantes, ni el mandatario Fujimori, ni el ministro del interior, ni el jefe de la Policía Nacional, sabían de la precisión del trabajo silencioso y tenaz del GEIN, integrado por miembros de la entonces Policía de Investigaciones (PIP).

Como, aparentemente, el manipulador Vladimiro Montesinos, quería que la medalla se la pusiera exclusivamente Fujimori, se trató de controlar los hechos.  Pero no contaron con que, en la presentación, el dato “1509” aludía a un callado homenaje a la PIP, pues el 15 de setiembre de 1948 era la fecha de su creación allá por el gobierno de Bustamante y Rivero.

Una abreviatura, una denominación, puede esconder mensajes cifrados.  En los eventos más sonados, en los escándalos y crisis públicas, mucho cuidado con las etiquetas.

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