En otro artículo vimos, desde distintos puntos de vista, qué representa el otro, qué nos aporta y que relevancia tiene en la vida cotidiana. Ahora nos proponemos sustentar por qué el otro es crucial en la vida de las organizaciones, hoy.
El asunto es que somos insuficientes por naturaleza, por tanto necesitamos de los demás para existir. Y por eso es que nos asociamos en organizaciones, que son reuniones de personas alentadas por un propósito, a fin de trabajar, producir y ser útiles.
Claro, cualquier CEO o presidente de una empresa moderna dirá que siempre toma en cuenta a las personas, especialmente a sus clientes, a sus accionistas y a sus empleados (el orden revelará a qué le dan más relevancia). Y eso es razonable.
Pero, siendo francos, todavía subsisten las taras con las que se comenzó la organización para el trabajo. En suma, el otro siempre ha sido considerado un recurso, un engranaje en la maquinaria organizacional.
Desde las civilizaciones antiguas que utilizaron como bestias de carga a los esclavos, no cambió mucho la historia hasta hace dos siglos atrás, cuando la empresa mantenía al trabajador sudando una jornada de 16 horas, sin condiciones de salubridad y con una compensación ridícula.
Hoy, afortunadamente todo eso ha cambiado. Hay normas de trabajo, seguridad industrial, derechos de jornada, vacaciones, normas especiales para mujeres y jóvenes, compensaciones por despido, etc.
El problema es que, actualmente, ya no se puede tolerar una organización moderna que no valore a las personas en su integridad, no sólo por su esfuerzo físico y su capacidad mental, sino como un ser libre, dueño de un espíritu y de un derecho para la autorrealización.
Frases tan manidas como “no te pago para pensar” o “aquí el que piensa soy yo”, traducen la herencia de esos tiempos en los que el otro era visto como un recurso útil y prescindible, y cuán separada estaba la integridad mente-cuerpo.
Si eso se manifestaba al interior de la organización, al exterior el trato era similar para con el cliente o el consumidor. No obstante, gradualmente muchas cosas han cambiado. Por ejemplo, antes se producía algo y a los consumidores se les imponía la oferta existente. Algo así como, “o lo tomas o lo dejas”. Los primeros autos de Ford eran todos de color negro y los primeros teléfonos fijos debían colgarse en la pared. Hoy se investiga qué es lo que piensa, siente o espera el público, para diseñar lo que pueda demandar.
Desde la crisis financiera de 2008, en que todo el sistema de aprovechamiento de las hipotecas y los recursos financieros se vino abajo en los países desarrollados, se han replanteado no sólo los modos de actuar de las empresas sino sus propósitos.
Desde nuestro punto de vista, la economía está buscando formas de humanizarse. Y ahora hay más empresas tratando de convertir los problemas sociales en una oportunidad de negocio (“Shared Value” o valor compartido), o en devolver algo a la sociedad para compensarla por los impactos que genera la actividad económica (responsabilidad social). Creemos que esto obedece y se relaciona a un sin número de causas, pero sobre todo a estas cuatro razones:
1.- Las empresas se someten al escrutinio público todo el tiempo. Debido a la conectividad global, las reglas, la normatividad, y el comportamiento de los actores sociales, son observadas por consumidores mejor informados. La globalidad traspasa fronteras y la imitación, la moda, y las RRSS imponen criterios.
Esto ha impulsado el saber profano. Hay más gente con entendimiento, capacidad crítica y medios por los que puede divulgar su voz en contra del verticalismo de la ciencia o de las grandes corporaciones, e incluso de los gobiernos totalitarios. Cualquier individuo puede injerirse y opinar en temas de expertos. Tanto así, que existen demasiadas teorías de la conspiración sin el más mínimo sustento técnico, pero que la gente acepta y recircula (la tierra es plana; el coronavirus se transmite por las redes 5G, etc.).
2.- Crece la economía de la colaboración y se reinventan las transacciones económicas: la economía compartida (sharing economy) o el procomún. La gente aprende a hallar soluciones entrando en contacto y efectuando transacciones al margen de la economía instituida. Esto, porque aumenta la desconfianza del consumidor y la desmonetización de los intercambios.
Ello es posible por las RRSS, las plataformas de servicios, y el internet de las cosas; hoy la auto-organización de las personas nuclea servicios económicos que desplazan los negocios tradicionales: escoger un vuelo, un lugar de alojamiento, optar por la compra de un libro, un vehículo, todo puede ser facilitado por sitios digitales como Airbnb; Uber, Despegar, etc. La noción de comunidad explica el éxito de aplicaciones como Waze, donde los conductores de una ciudad se unen para ahorrar tiempo y esfuerzo en el tráfico de cada día, o el “carpooling” para compartir el traslado, bajando costos y contaminación.
3.- La opinión especializada o mayoritaria de los demás actualiza los contenidos para beneficio de todos. Hay una inteligencia colectiva que hace que estén disponibles millones de datos e informaciones útiles por el fenómeno “wiki”, donde desinteresadamente hay anónimos colaboradores que trabajan para que la información sea correcta, precisa, útil, al alcance de cualquiera.
4.- Se incrementa la noción de que todos somos pares y se favorece la empatía. Todo lo que ocurre en el planeta Tierra “nos ocurre”. Vivimos interdependientes. El alza del dólar, la caída de la economía en China, el repunte del terrorismo en Europa, las migraciones africanas, la escasez del agua, un nuevo brote viral, todo nos impacta a todos.
Por tanto, debemos ser conscientes de que las llamadas “externalidades” son parte del ámbito corporativo. Y también asumir que la gente ejerce cada vez más su capacidad empática para entender a los demás, solidarizarse y actuar en adhesión a causas que parecen lejanas, pero que llegan al corazón de las personas.
Todo lo cual nos lleva a la urgencia de actualizar los conceptos de sostenibilidad de las organizaciones. Es decir, cómo deben hacer para que además de ser eficientes en el uso de recursos, consideren en la ecuación el impacto en las personas y en la naturaleza, que sustentará no únicamente a los que hoy vivimos sino a nuestros descendientes, mañana.
Las organizaciones tienen que ser conscientes que la gente no es solo mercado sino sociedad, que no basta ver clientes sino personas. Por lo cual sus propósitos no pueden ser exclusivamente de rentabilidad empresarial sino de rentabilidad social. Por cierto, hay mucha teorización y debate sobre esto último, pero habrá que aceptar que es parte de la migración hacia nuevas formas societarias.
Una organización moderna debe saber que se lo debe todo a los demás. A empleados, clientes, inversores y proveedores. Incluso a los competidores que estimulan sus mejoras y su inventiva; y al público en general que es el entorno que permite germinar a una semilla organizacional.
* Texto revisado, publicado originalmente el 21 de marzo de 2016 en www.gerens.pe